Por: DARIEN GIRALDO HERNANDEZ
La libertad para el poeta es tener sed y hallarse frente a una fuente rebosante de agua y transparencia pero no beberla sino contemplarla, la sed ayuda hundir la mirada en lo profundo y hacer del abismo una excusa para posarse en una cima, hacer de la caída una forma de volar.
Dulce Entrega es una pregunta, es un rendirse al interrogante para llegar a los submundos para encontrarnos, pero el submundo, el universo que se esconde bajo la tierra, las aventuras de las cortezas y el lenguaje de los fósiles son el lenguaje del tiempo que nos descifra y le hace decir a Eduardo Díaz: “te dejaste marcar como propiedad semoviente y ahora te contemplas abigarrado de miserias”. Pero la contemplación del autor no es narcisista o romántica, esta cargada de furia, porque en el fondo busca nuestra genética guerrera, ahora maltrecha pero solo adormecida presta a emerger del abismo, una vez el poeta derrote al miedo que lo aplaca.
En el libro Dulce Entrega se ven los ojos del desterrado, una mirada que nos persigue, una mirada que es la nuestra pero en la que no reparamos porque los espejos no están hechos de metáforas, es necesario acercarse a la fuente y mirar lo profundo para vernos allí inmersos en el abismo.
En el libro Dulce Entrega se ven los ojos del desterrado, una mirada que nos persigue, una mirada que es la nuestra pero en la que no reparamos porque los espejos no están hechos de metáforas, es necesario acercarse a la fuente y mirar lo profundo para vernos allí inmersos en el abismo.
Millones de hombres y mujeres creen ser más listos porque obedecen las leyes, creen ser más recatados, modernos y correctos, pero; hay del hombre formal y superfluo cuando descubre que las leyes que ama y respeta son leyes suicidas, no le queda más remedio que la libertad.
Entonces Eduardo Díaz tiene palabras de consuelo y apoyo, porque cuando no se ama la libertad y esta llega por nuestras atávicas persecuciones, la libertad duele como duele ver los ojos del destierro, los ojos de la madre que ve el cuerpo de su hijo inerte.
¿Qué somos, dice Luís Eduardo Díaz,
sino briznas
en el vendaval?
Moléculas de afecto
por doquier,
luz de amanecer
en las tinieblas del laberinto.
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