DULCE ENTREGA de LUIS DIAZ GONZALEZ


Por: DARIEN GIRALDO HERNANDEZ


La libertad para el poeta es tener sed y hallarse frente a una fuente rebosante de agua y transparencia pero no beberla sino contemplarla, la sed ayuda hundir la mirada en lo profundo y hacer del abismo una excusa para posarse en una cima, hacer de la caída una forma de volar.
Dulce Entrega es una pregunta, es un rendirse al interrogante para llegar a los submundos para encontrarnos, pero el submundo, el universo que se esconde bajo la tierra, las aventuras de las cortezas y el lenguaje de los fósiles son el lenguaje del tiempo que nos descifra y le hace decir a Eduardo Díaz: “te dejaste marcar como propiedad semoviente y ahora te contemplas abigarrado de miserias”. Pero la contemplación del autor no es narcisista o romántica, esta cargada de furia, porque en el fondo busca nuestra genética guerrera, ahora maltrecha pero solo adormecida presta a emerger del abismo, una vez el poeta derrote al miedo que lo aplaca.

En el libro Dulce Entrega se ven los ojos del desterrado, una mirada que nos persigue, una mirada que es la nuestra pero en la que no reparamos porque los espejos no están hechos de metáforas, es necesario acercarse a la fuente y mirar lo profundo para vernos allí inmersos en el abismo.
Millones de hombres y mujeres creen ser más listos porque obedecen las leyes, creen ser más recatados, modernos y correctos, pero; hay del hombre formal y superfluo cuando descubre que las leyes que ama y respeta son leyes suicidas, no le queda más remedio que la libertad.

Entonces Eduardo Díaz tiene palabras de consuelo y apoyo, porque cuando no se ama la libertad y esta llega por nuestras atávicas persecuciones, la libertad duele como duele ver los ojos del destierro, los ojos de la madre que ve el cuerpo de su hijo inerte.

¿Qué somos, dice Luís Eduardo Díaz,


sino briznas
en el vendaval?
Moléculas de afecto
por doquier,
luz de amanecer
en las tinieblas del laberinto.

SILENCIO TRANSVERSAL de FERNANDO VARGAS VALENCIA


Por: DARIEN GIRALDO HERNANDEZ


El amor es también furia, por eso Fernando Vargas deshace el amor como se deshace una alondra con la lluvia ácida. Una golondrina no hace verano pero lo puede anunciar, Fernando no hace amor pero nos convoca a deshacer el tedio.

El silencio transversal son muchas voces, porque somos desorejados pero no sordos. Fernando Vargas nos recuerda que siempre llamamos a alguien que no quiere venir y si viene no es por nuestro llamado sino por el azar, pero el azar no será: fue, el cruce fortuito con aquellos a quienes llamamos es azar para nosotros y necesidad para ellos. Ya no vendrá lo que llamamos, nos toca ir, sacudir sus hombros y gritarle a los ojos, porque como bien lo dice el autor: “somos instante que en el instante mismo de su revelación desaparece” como aquél personaje que inmediatamente afirmó que lo fantasmas no existían desapareció.

Por eso no nos revelamos del todo, por miedo a desaparecer, provocamos, inventamos el amor, las corbatas, las metáforas y la risa; esa que llama Fernando; “confirmación del espanto”. Nos acompaña la música, el silencio transversal es melodía que calla de forma estruendosa, como el amor al que hay que deshacer.

Pessoa decía: “Seré siempre el que esperó a que le abrieran la puerta, junto a un muro sin puerta” Fernando Vargas dice: “fui el hombre que no abrió la puerta”, es que a veces esperamos a que abran y otras veces somos el muro.

Por otra parte Fernando Vargas entiende lo que afirmó Evtuchenco. “para ser poeta no basta con escribir poesía, es necesario también ser capaz de defenderla”, el autor de Silencio Transversal es un poeta comprometido con el ser humano, es el poeta que grita, que reconoce ser vocero del pueblo y no un escribano cerca de dios y lejos del hombre, por eso escribe: “la luna puede esperar, el amor puede esperar, el hombre se va dejando habitar por la palabra punzante del poeta”.

Este libro entonces es eufórico, concreto, se mueve vertiginosamente como la bolsa de valores, pero su movimiento se lo da la exploración no la expoliación, además el autor le ha dado una nueva pista a la teoría de la evolución ya que demuestra que nuestra especie humana proviene no sólo de los simios sino también de los buitres.

CANTOS SIN CUENTA de FERNANDO CELY HERRAN




Por: DARIEN GIRALDO HERNANDEZ.




Con el epígrafe macondiano de: “Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”, inicia Fernando Cely su poemario, Cantos sin Cuenta. De allí que la primera conclusión sea que no hay colombianos o colombianas que no lo sean.


Después de la irrupción del mundo europeo en nuestras tierras, hasta los presentes días, nuestro país y el continente se han visto inmersos en la exclusión, la guerra y la muerte. Desde la espada con forma de cruz, hasta las cientos de guerras civiles elitistas pero con millones de muertos del pueblo, han hecho que toda ciudad, municipio, vereda y caserío de Colombia este sembrada de muertos y es que en gran medida el asesinato ha hecho que los colombianos siguiendo la lógica macondiana, podamos decir que somos de aquí, que somos de alguna parte.


Pero hay otros muertos, los que se lleva la vida, cuando los huesos se cansan y quieren ser nuevamente roca en el camino, esa muerte que es anunciada cuando las caricias parecen más un intento de aferrase a la tierra y los besos la santificación de los cuerpos más que el preámbulo del deseo. Es la que llaman muerte natural aunque para el ser humano la muerte nunca será natural, somos trágicos por naturaleza, somos animal conciente.


Cantos sin Cuenta son cantos a las horas, esas que como afirma Fernando Cely “desafían al sonido y buscan el olvido”, el poeta es en este caso un insurgente contra el olvido, que trae a los amigos muertos, al padre amigo siempre con la mano extendida.


De allí que si en Macondo al insomnio le siguió el olvido y fue necesaria una pitonisa que en vez del futuro leyera el pasado, Fernando Cely, lee el pasado porque los años que pasaron no necesariamente se fueron, porque el poeta hace que se conviertan en: “potentes luces de faros, venciendo brumas, tempestades y hastíos”.


Pero Cantos sin Cuenta habla también de los que están, del hijo de los marineros vivos y de la amada: “la que nos ayuda a cargar nuestros versos errabundos”. Hay cantos al amor, a la desanudes del cuerpo y del alma, al erotismo que emerge en el crepúsculo, a la perpetuidad de las caricias y al fatuo caminar de quien se llevó una parte de nuestros besos y palabras.
Muerte, amor y eternidad, temas recurrentes pero nunca agotables, porque son la vida y son la vida del poeta que como Fernando Cely sentencia: “Nunca confíes en tus pétalos, bella flor primorosa”.