Por: Daniela Saidman (Venezuela)
“El prisionero / sólo tiene para protestar / su propio cuerpo”, versos de Fernando Vargas que definen una poética de la resistencia, en una Colombia llena de matices y de aristas, de sueños y de sangres sembradas en la tierra.
Tres poetas colombianos, Fernando Vargas, Darién Giraldo y Fernando Cely se encuentran en las páginas de Tríptico de la Indignación, publicado por el Proyecto Editorial Independiente Isla Negra, en el marco de la Feria Internacional y Popular del Libro, Colombia 2009.
Se trata de recuperar la memoria para abrir la senda de un mañana que no sólo es posible sino imprescindible, se trata de construir colectivamente una visión del mundo que debe necesariamente tener en cuenta el dolor venido de décadas de barbarie y asombro, porque en Colombia la vida se volvió un acontecimiento extraordinario. Sobrevivir es el signo de los muchos que nada tienen y pasan los días deambulando los impuestos silencios. El lenguaje que no tiene nada de inocente sigue llamando desplazados a los refugiados de una guerra en la que el inocente paga con hambre, miedo y destierro, de ahí que nace una poética capaz de nombrar con voz propia la vida y sus sombras a cuestas.
“He inventado un país de cuerpo derrochado, / de dinamita mojada por el tiempo, / por la lágrima mortal de los desheredados. / Un país que detenta sus misterios / con golpes de instante e imágenes de victoria, / un país que nace y respira / al compás de una brújula que no marca el Norte”
(Fernando Vargas, Épica del desheredado, fragmento)
Y es que la palabra poética pronuncia el mundo y sus realidades, se adueña de los ecos para hacerlos grito, para echarnos en cara todo el dolor que callamos y vendemos, todo lo que pensamos que no nos pasa, porque les pasa a otros. Como si el dolor ajeno, no fuera también nuestra propia derrota. Así, los versos de Fernando Cely narran el odio anidado en los hijos que no alcanzaron a nacer, huérfanos de vientres, desnutridos de amores y esperanzas. “Pero estoy aquí / para gritar / de frontera a frontera / de trinchera a trinchera / lo que la palabra reclama / con poesía o sin ella”.
Palabra justa, honesta, decantada de poses. Poetas que sabiéndose las heridas abiertas encuentran en los versos un estandarte para enumerar las ausencias. Esta poesía colombiana, tan americana, tan nuestra, dibuja los surcos de la vida que es, la que pasa con los ojos en las trastiendas del alma.
“Quiero encontrar un verso / que detenga las balas / que inundaron de muerte / aceras y veredas, / las lágrimas perdidas / de madres desmembradas / y huérfanos sonámbulos. / Quiero encontrar un verso / para iniciar un capítulo nuevo / en nuestra historia”
(Fernando Cely, Urabá, fragmento)
Vienen y van, estas y otras muertes, estas y otras vidas, mientras los poetas no callan la ira, sino que la izan en los mástiles y en las hojas, para que no sean olvido, sino memoria de la tierra, de los olvidados y de los vencidos. Estos versos de hoy, que saben a café, a selva y a flor marchita tienden puentes de encuentro, para abrazarnos las dudas y anudarnos las ganas. Saben, sabiéndonos mudos y por eso estallan desde las esquinas del silencio.
“Madre: / Mira los muertos sobre las flores / míralos desnudos en la danza / en el rito del tiempo / bajo el empeine desolado de esta tierra / que va quedando sola”
(Darién Giraldo, Mapiripán, fragmento)
Dejo aquí estos versos y estos poetas, vecinos a los sueños. Son ellos los que agitan las banderas y sin vientos nortes van amainando las balas y las babas con que el odio detiene la respiración del próximo prójimo a desmembrar. Son ellos y otros ellos los que andan soñando más y mejores mañanas, a ellos siempre la bienvenida.
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